En defensa del romance
¿Has pensado esto alguna vez? No es de extrañar que el
verso libre sea el claro predilecto de quienes empiezan a escribir poesía, pues
ofrece libertad creativa y es un gran vehículo para expresar ideas ajenos a la
tiranía de las formas... ¿o no?
He aquí el primer consejo: cada cosa a su
tiempo ¿Podría un aspirante a arquitecto construir un prodigio arquitectónico
sin saber levantar la más elemental de las estructuras? Creo que convendrás que no. Entonces, ¿por qué esperar de quien da sus primeros pasos
en La Gaya Ciencia esferificaciones y deconstrucciones sin saber cocinar unas
sencillas lentejas?
Sí, lentejas. Son un plato humilde, pero
saciante, gustoso y contundente. No muy diferente es, en esta nuestra poesía
hispánica, el caso del romance. Su métrica octosilábica, tan amable a nuestra
lengua castellana, lo convierte en un gran punto de partida. Si aún no tienes
costumbre, quizá en tus primeros vals te bailen algunos versos, pero en seguida
te darás cuenta de que tu propio oído va acomodando tus palabras, que abrazarán
el papel (o la blanca pantalla del ordenador) con la naturalidad con que un
padre abraza a su hijo.
Ante todo, humildad ¿No fue acaso el
romance cultivado por tan grandes figuras como Lope de Vega o incluso por el
grandísimo Don Luis de Góngora? No, en nada superamos (ni a soñarlo me
atrevería) su excelencia. Así pues, queridos poetas futuros y presentes,
abrazad el romance. Dejad que sus estrofas fluyan por vuestra pluma (o el
impersonal teclado de vuestro ordenador) y habiten en vuestras páginas como
pequeños polluelos que un día crecerán para ser melosas liras, magníficas
octavas y estremecedores sonetos.
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