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Soneto Nº3

Perdiéronse mis pasos del camino de luna y mil estrellas rodeado. Tortuosa la senda se ha tornado pregonando con sombra mi destino.           En el cielo, cual lirio mortecino, yace, por el vil tiempo malogrado, el astro rey, antaño tan dorado que agoniza con tono vespertino.           Borráronse del cielo las estrellas, cubiertas, por mi mal, de negro manto. La luna ya limpió de aquí sus huellas,   solo quedé ante el temible espanto aquí perdido ante la ausencia de ellas sumido en el dolor de mis quebrantos.

Soneto nº17

  Podrán las dulces rosas del otoño olvidar su fragancia y su color, donados del verano en su fulgor, y tornarse hojarasca su retoño.   Ya en invierno, su brote tan bisoño, helarse en el tan álgido vapor, huérfano del estival calor, podrá languidecer el buen madroño.   Si todo ocurre siempre habrá consuelo a la desolación del cielo ingrato cuando el tiempo nos done un nuevo año.   Y nuevos brotes surgirán del suelo. Florecerán en rápido arrebato el madroño y las rosas que vi antaño.  

Redondillas

  Ya se cayó de la cuna, nudosa, dura y torcida,   en aliento suspendida no bajo la triste luna   sino al amparo del sol del chopo la última hoja; y la brisa que la aloja, que es para ella un crisol,   sí, la desplaza y la mece pero en fugaz remolino al desecho mortecino fundirla quiere, parece,   de rosa, clavel y viola. La ráfaga momentánea toma también la foránea semilla de la amapola;   caleidoscópico gira este tumulto en revuelo que desafiando al suelo el inmenso cielo admira.           Tristemente la energía, la etérea fuerza que mueve en el balanceo leve la multitud que tenía,     lentamente va cayendo. Resuella, jadea, expira, su carga contrae y estira, va finalmente perdiendo   la rosa, el clavel, la viola… tan solo queda la hoja que pronto cae y se moja. Flotando en el agua, sola,   en el estanque, profunda, queda otra vez suspendida por la fuerza sostenida que con vehemencia iracunda  

Oda

    ¡Cómo es tanta la belleza   que asoma en tu fina cara! Si tan solo te mirara y encontrase tal proeza que solo a naturaleza y no a humana mano debe, perfecta sí, pero breve, Dios se maravillaría y el cielo a tus pies pondría pues la belleza, aunque leve   a todos igual regala. Divino sin duda eres y además a los placeres escondes bajo tu ala y es tu mirada antesala   de aquellas divinas preces. Exultante, sin dobleces, el hermoso bulto emerge y sutilmente converge mientras lascivo lo ofreces.           Rompe el silencio un sonido que de sus labios emana, que desgarra, que profana, que le arrebata el sentido   y al que el jilguero, ofendido, en vano acallar quisiera mas si intentarlo pudiera, ser sombra a tanta delicia   a pesar de su codicia sería solo quimera.           Suave rubor se levanta en su faz, en su sonrisa y acompañada de brisa al aire hermosura tanta, delira, se ofrece, canta; se echa al suelo