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Mostrando entradas de octubre, 2022

Soneto nº17

  Podrán las dulces rosas del otoño olvidar su fragancia y su color, donados del verano en su fulgor, y tornarse hojarasca su retoño.   Ya en invierno, su brote tan bisoño, helarse en el tan álgido vapor, huérfano del estival calor, podrá languidecer el buen madroño.   Si todo ocurre siempre habrá consuelo a la desolación del cielo ingrato cuando el tiempo nos done un nuevo año.   Y nuevos brotes surgirán del suelo. Florecerán en rápido arrebato el madroño y las rosas que vi antaño.  

Redondillas

  Ya se cayó de la cuna, nudosa, dura y torcida,   en aliento suspendida no bajo la triste luna   sino al amparo del sol del chopo la última hoja; y la brisa que la aloja, que es para ella un crisol,   sí, la desplaza y la mece pero en fugaz remolino al desecho mortecino fundirla quiere, parece,   de rosa, clavel y viola. La ráfaga momentánea toma también la foránea semilla de la amapola;   caleidoscópico gira este tumulto en revuelo que desafiando al suelo el inmenso cielo admira.           Tristemente la energía, la etérea fuerza que mueve en el balanceo leve la multitud que tenía,     lentamente va cayendo. Resuella, jadea, expira, su carga contrae y estira, va finalmente perdiendo   la rosa, el clavel, la viola… tan solo queda la hoja que pronto cae y se moja. Flotando en el agua, sola,   en el estanque, profunda, queda otra vez suspendida por la fuerza sostenida que con vehemencia iracunda