Oda
¡Cómo
es tanta la belleza
que asoma en tu fina cara!
Si
tan solo te mirara
y
encontrase tal proeza
que
solo a naturaleza
y no
a humana mano debe,
perfecta
sí, pero breve,
Dios
se maravillaría
y el
cielo a tus pies pondría
pues
la belleza, aunque leve
a
todos igual regala.
Divino
sin duda eres
y
además a los placeres
escondes
bajo tu ala
y es
tu mirada antesala
de aquellas divinas preces.
Exultante,
sin dobleces,
el
hermoso bulto emerge
y
sutilmente converge
mientras
lascivo lo ofreces.
Rompe el silencio un sonido
que
de sus labios emana,
que
desgarra, que profana,
que
le arrebata el sentido
y al que el jilguero, ofendido,
en
vano acallar quisiera
mas
si intentarlo pudiera,
ser
sombra a tanta delicia
a pesar de su codicia
sería
solo quimera.
Suave rubor se levanta
en
su faz, en su sonrisa
y
acompañada de brisa
al
aire hermosura tanta,
delira,
se ofrece, canta;
se
echa al suelo, dulce lecho,
y
brota sobre su pecho
una
llama desatada
que
brilla desenfrenada;
y
abajo del firme techo
arde
con potencia intensa,
suave,
mas fuerza sublime,
lo
que el deseo redime
y
desaforada, tensa,
placer
y locura inmensa
a
algún amante reclama.
En
la lejanía le llama
una
voz viril y pura,
agradable,
pero dura,
a la
que aquel cisne clama.
Con la cabeza de flores,
simple
y regia, coronada
posa
un héroe su mirada,
heraldo
de los rigores
del
estío y los calores,
en
la vívida figura
que
al goce en viva premura
en
grácil postura invita
y a
la tibia sangre excita,
al
tacto fruta madura.
Ya el ávido halcón alcanza
a la
figura tendida
que
en armonía rendida
hacia
sus labios avanza
pero
en rápida mudanza,
ágil
su boca retira
y
tímida al héroe mira,
este
en sus brazos la apresa
y
con ímpetu la besa
mientras,
vencida, suspira.
Alzado, casi volando
lleva
al cisne a la floresta
a la
que sus aguas presta,
del
sol la gracia robando
un
río que, serpeando,
lame
del campo la tierra;
fuertemente
se le aferra
al
héroe la hermosa carga
que
afronta, labor amarga,
el
principio de una guerra.
Se enzarza en feroz batalla,
deleite
de todo amante
y el
amado, palpitante,
ser
que goza, ser que calla,
que
abre al héroe la muralla
que
cela lo más oculto,
al
dulce dolor se entrega
y
con sus gemidos riega
al
delicioso tumulto
y
juntos le rinden culto
a
los ritos de Cupido.
En
el blando movimiento
regala
el héroe tormento,
que
potente, sostenido,
el
frágil cuero cogido
al
agradecido ave
en
esta agonía suave
a
las entrañas ofende.
Del
halcón el brazo tiende
profiriendo
aliento grave
y la seda de la cumbre
del
noble cisne parece,
conforme la tarde crece,
preciosa
mena de alumbre
coloreada
de herrumbre
en
las curvas delicadas
de
fino cristal bañadas
y
por su cuello una esquiva,
de
llanto gota furtiva,
rompe
en estelas plateadas.
La noche, firme destino,
sus
horas al mundo impone
y ya
la luna dispone
a
los amantes camino,
en
su brillo mortecino
hacia
el olvido directo.
Ante
un sino tan perfecto
el
héroe ya se retira,
el
cisne, triste, suspira,
sube
al cielo en vuelo recto.
Su cuerpo el aire ilumina
en
fúlgida incandescencia,
y su
mortal existencia,
en
las alturas culmina.
Toma
figura divina
y en
la noche, sombra oscura,
de
la pasión sepultura,
en
nuboso manto inmersa,
ya
desatada, dispersa,
desvanece
su figura.
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